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Sociológica filosófica

Hace pocos días Pato Padilla publicó un post en el que comparte su opinión respecto a la existencia de un margen ficticio dado entre la filosofía y la sociología. Personalmente considero que es un tema interesante, y hasta donde pude entender, Pato contempla este margen como una ilusión que recrea la filosofía para tomar distancia respecto a la sociología. Asimismo, tal parece que Pato critica también a esta última, en el sentido de que ella no deja de avalar dicho margen en su sesgo categorizante, por lo que tampoco logra estrechar, o en el mejor de los casos disolver, la distancia ilusoria que la filosofía le demarca. Pato nos dice:
Si la sociología cree situarse en un cierto campo de estudio, el cual es corroborado por la distancia de otros saberes, u otras disciplinas, que hacen de ella misma, cae en aguas que cree tener controladas por si misma, cuando en realidad no es más que una ilusión ya que es la misma razón la que delimita su accionar cuando perfectamente pudiese situarse más allá si se sacara el estigma de la razón platónica o de la razón moderna para ser más específico. El mismo Pierre Bourdieu comentaba su paseo entre la sociología y la filosofía, lo cual él mismo trató como un problema, como una pequeña crisis vocacional, pero aquello solamente es una ilusión porque seguir el margen es sólo una fantasía de creer que tenemos el mundo en nuestro pies, en nuestros conceptos y distinciones cuando sería lo mismo que subir a un bus, pagar tres pasajes y bajarse dos cuadras antes de la casa creyendo que hicimos weón al conductor.
De esta percepción que Pato nos comparte hay mucha tela de donde cortar, sobre todo si se considera en qué medida la sociología puede cuestionar, con sus propias herramientas y conceptos, el estatuto distintivo que la filosofía ha conquistado a través de la historia y mediante la canonización de las obras filosóficas. A pesar de todo, a mi juicio es justamente la propia socioanalítica bourdieuana la que ofrece mayores posibilidades a este respecto, o para decirlo de otro modo: la que hoy por hoy emerge con la maduración sociológica necesaria para efectuar semejante tarea. Es pues precisamente Bourdieu quien ha cuestionado de un modo por demás intenso la escolástica por la cual la filosofía sigue generando y perpetuando sus cánones ontológico-académicos. En su libro Meditaciones Pascalianas Bourdieu contrapone a la ilusión escolástica de la filosofía la necesidad de radicalizar la duda radical, es decir: la urgencia de poner en juego las condiciones sociales de la actividad filosófica en función de disolver la defensa que la tradición filosófica ha erigido a través del tiempo contra la toma de conciencia de la ilusión que recrea su práctica -y que la distingue por encima de la historia-. A decir de Bourdieu, esta duda radical requiere radicalizarse a sí misma al interior de la propia práctica filosófica y de manos de los propios filósofos: requiere no estar fundamentada cómodamente en la crítica de la razón propiamente escolástica para evitar que su ilusión invoque los juegos netamente escolásticos del lenguaje, es decir, los que no logran romper con sus efectos de origen al tener como raíz una disposición constituida justamente por el propio saber escolástico (el habitus del llamado homo academicus). Muy a su estilo, Bourdieu dice que:
No hay actividad más filosófica, aunque esté condenada a parecer escandalosa a cualquier "espíritu filosófico" normalmente constituido, que el análisis de la lógica específica del campo filosófico y de las disposiciones y creencias socialmente reconocidas en un momento del tiempo como "filosóficas" que en él se engendran y se llevan a cabo como consecuencia de la ceguera de los filósofos ante su propia ceguera escolástica [Pág.46].
Siguiendo esta idea, Bourdieu considera que los filósofos tienen que arriesgarse a poner en tela de juicio las condiciones sociales que objetivan su propia práctica y que le dan sentido a su propia existencia: al asumir ese riesgo aseguran para sí mismos las condiciones propias de una verdadera libertad para decirse y pensarse como filósofos, esto es, mediante una crítica capaz de hacer visibles las causas de los efectos filosóficos que implican las condiciones que fundamentan aquello que es reconocido como lo propiamente filosófico. De un modo por demás ejemplar e ilustrativo, Bourdieu considera que es menester contrarrestar la hermenéutica que consagra y canoniza históricamente la tradición escolar de los textos filosóficos a partir del análisis de las condiciones de la producción netamente filosófica. Para ello recomienda a los adeptos hermeneutas a considerar el Tratado teológico político de Baruch Spinoza como un programa que funda una verdadera ciencia de las obras culturales y que promueve romper con el embalsamiento ritual que la canonización textual procura, con el fin de que dichas obras sean sometidas a una investigación histórica que tenga el propósito de determinar, según lo cita:
...no sólo "la vida y las costumbres del autor de cada libro, el fin que se proponía, quién fue, en qué ocasión, en qué época, para quién y en qué lengua escribió" sino también "en qué manos cayó, quienes decidieron admitirlo en el canon, cómo los libros reconocidos como canónicos fueron reunidos en un cuerpo", etc... [Pág.67]
Considerando tales disquisiciones spinozianas, el margen ficticio que la filosofía le demarca a la sociología puede verse como un envite que la primera le hace a la segunda, es decir, en el sentido de aventurarla hacia un análisis de la producción filosófica que reestablezca, ni más ni menos, las condiciones de renovación y enriquecimiento de su propia práctica.
Escrito por Naxos paraInmanencia
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